miércoles, 1 de junio de 2016

Lágrimas de niño

Fernando sale de la cancha, un pelotazo en la cara le tiró un par de dientes y no quiere seguir jugando al arco. Tiene seis años y sale llorando, era que no. Su carrera bajo los tres palos ha terminado.

Siguió intentando en el fútbol y tras unos clubes de barrio llega a las inferiores del Atlético Madrid, esta vez como delantero centro. Su abuelo lo enamoró del club cuando visitaron juntos el museo en el Vicente Calderón. Torres afirma que ese tour le cambió la vida.

El resto es historia conocida: ídolo y figura en el Atlético, viaje a Liverpool y más éxito donde incluso fue nominado al Balón de Oro en el 2008, terminó siendo el tercer mejor jugador del mundo ese año. Detrás de Messi y Cristiano Ronaldo, una cosa poca. Mundial 2010 en Sudáfrica y campeón, aunque una lesión le impidió jugar todos los partidos de titular.

Después de ese verano no fue el mismo, decayó en Chelsea y nunca pudo reencontrarse con su fútbol, pese a que fue campeón de la Champions League. Londres no era su lugar, buscó nuevos aires y salió para peor. La gente nunca estuvo del todo convencida con sus actuaciones y se vio opacado por un Drogba intratable aquel año. Finalmente en el 2014 emigra a Italia para firmar su curva descendente: un gol en 10 partidos. El hijo pródigo lanzaba gritos de auxilio, siempre en silencio. Fue cuando en España, en Madrid, respondieron al llamado: Fernando tendría su vuelta a la que siempre fue su casa.

Dos años después, en el mismo estadio donde no logró nada importante The Kid estaba a punto de cumplir su sueño más profundo: ser campeón de la Champions League con el Atlético. Entró a San Siro serio, nervioso y ansioso. Con su temple de veterano pero con el estómago revuelto no por un estadio lleno, ni por una final, eran los nervios de un quinceañero con su primer amor. Estaba ahí, el beso a la copa con la camiseta que siempre quiso y la única pegada a su pecho.

No se daría fácil, a los colchoneros le tocaron las eliminatorias más complicadas de la copa. Tuvieron que eliminar al Bayern Munich y al Barcelona para llegar a esta instancia, pero es esa mística, ese camino rocoso que fue superado a tranco firme lo que les daba fuerza a los 11 que dispuso el Cholo en Milán. Con la nueve, erguido y orgulloso, Fernando Torres comandaría el ataque rojiblanco.

El partido empezó cuesta arriba como toda la historia del relegado de Madrid, el que tiene menos reflectores, al que todos los niños del mundo quieren ganarle jugando por el Real, gol de Ramos y los fantasmas de Lisboa asoman coquetos en la mente de los jugadores. Simeone no deja de ladrar desde la banca, intentando aleonar a sus pupilos que se muestran nerviosos, un poco torpes y lentos al atacar pero con muchas ganas. Se acaba el primer tiempo y el Real aventaja a su rival de siempre 1-0.

Saltan de nuevo a la cancha los 22 protagonistas y Fernando, que tanto lo había buscado sabe que es su momento de gloria. Puteó a Griezmann el primer tiempo porque no se la tocó para asegurar una opción errada por el francés, pese a que todo estaba invalidado por offside. Es de esos partidos ingratos, que nadie recuerda al que desgasta y sí al que anota. Los dos centrales no dejaron respirar a Torres, corrió, metió diagonales, arrastró marcas, hizo todo el recorrido para darle un espacio a Griezmann o Saúl, y luego a Carrasco.

Combinación por la derecha del Atlético y la pelota cae al punto penal, Fernando rápidamente le gana la pulseada a Pepe y posiciona el cuerpo para girar y pegar: esta es, si no es ahora no es nunca. Toda la vida esperando esta media vuelta para cobrar lo que tanto merece como hincha y símbolo del club. Atrás quedarían los 13 partidos de sequía con el Chelsea, la lesión de la rodilla previo a Sudáfrica, los fantasmas, la crisis futbolística, las burlas, todo lo que pasaba por su mente se resumía a esa media vuelta. Pero no, así como la vida; el fútbol es cruel y no le tenía ese destino a Torres. Pepe le arrastra la pierna de apoyo y el delantero cae. Clattenburg pita penal y la parcialidad colchonera explota, Griezmann corre a por la pelota y Fernando yace ahí, en el suelo tocándose el tobillo izquierdo. Se levanta y mira de reojo a Antoine quien ya tiene el balón en las manos, decidido. Quiere patearlo él pero sabe que no es el designado. Patea el zurdo y la manda al travesaño, Torres ni corre el rebote y el francés lanza un escueto: "La puta madre".

El empate de Carrasco es una anécdota y nos vamos a los penales para definirlo todo. Torres esta vez si pateará, el quinto, el de la hazaña. El de la primera Champions League para con su amor eterno y él, como sempiterno goleador, debe inmortalizarlo. Va 4-3 el marcador y Juanfrán falla. El tiempo parece detenerse y Fernando ve caminar de vuelta a su lateral derecho. Cristiano va a tomar su lugar, el del gol de la victoria, el que se llevará las cámaras, mira al siete de los blancos que toma carrera y anota. Perdieron, de nuevo. Otra vez les toca ser segundos y se le viene encima lo que le dijo Aragonés en la Eurocopa del 2008: "Del segundo no se acuerda nadie, ténganlo claro."

La fila rojiblanca se desarma y cada quien busca sus respuestas, el nueve se mantiene con las manos en la cintura y se dispone a abrazar a cada uno de sus compañeros, como buen líder. Tras la formalidad se da su espacio, se sienta y comienza a llorar. Sincero, sin ningún asco, perdió y le duele como nunca, era el partido de su redención, de su renacer y se le escapó. La frustración de alguien que corrió todo el partido y no pudo ni patear al arco tanto en los 120 como en los penales. Se levanta de a poco y Saúl viene a abrazarlo pero no hay consuelo, Fernando mira al espacio con más pena que rabia y se deja embargar por la sensación general. Otra vez se le escapó a su equipo, y Torres llora como el niño que siempre fue, es y será.