miércoles, 23 de noviembre de 2016

Chupete goleador

Las últimas dos semanas de clases, en cuarto medio, se armó una llave ida y vuelta entre el humanista y el matemático-biólogo. El matemático-biólogo ganaba en número y variantes. El hecho de acumular la mayor cantidad de alumnos entre los tres cursos provocaba un hándicap en el match, pero el humanista; cargando con el estigma de la flojera, la bohemia y el desperdicio, acumuló lo justo para presentarse y mostrarse digno.

Jugaban 5-4-1, sin asco, el estilo europeo; su solidez defensiva marcaba la diferencia para que el único punta clavara el puñal en el momento justo. Como no comían vidrios, de la otra vereda surgía la rabia, el verso del anti-futbol. La rivalidad crecía antes del primer partido.

La MB (matemático-biólogo), jugaba con todos arriba; para compensar el caudal defensivo de su rival con el propio, ofensivo; y así, por acción lógica de la fuerza, terminar rompiendo el cerco. Su único pecado era errar muchos goles, en parte por el arquero del humanista, pero en su mayoría por defecto propio.

Ese primer partido fue sin dudas, el mejor de la serie. La tensión se sentía en el aire. Los dichos de días anteriores, los hueveos en el pasillo, los memes, todo se resumía a esa cancha. El humanista de rojo furioso -emulando a la selección chilena (la de Acosta)- y la MB de blanco-azul, como la buena catoliquita.

El principio fue trabado. Mucha solvencia atrás, reventar y arriba, dios de nueve. Como era previsible, se hicieron grietas en la defensa del humanista producto del cansancio y cayó el primero de la MB, casi al terminar el primer tiempo. Golpe sicológico importante, pero a diferencia de lo que se supondría, de lo que esperaban todos, el humanista salió con asco a buscar su redención. Vivir en el infierno tanto tiempo te quita los escrúpulos innecesarios. Para meterse al barro ya no hay excusas y los cabros mordieron, trabaron y metieron huevos. De todos ellos hay uno especial: el nueve. Le dicen "Chupete" por sus zapatillas moradas y también porque es macizo –por decir lo menos-. El Humberto Suazo humanista. Genio.

Con esa rabia cayó el empate, y Chupete; que parecía aspersor regando la cancha con sudor, no claudicaba. El empate no era malo pensando en la vuelta, ya que se considerarían goles de local y visita. En este partido les tocó visita. Pero los cracks son así: insaciables. No por nada Suazo era el “come arcos”. Chupete quería la gloria, la buscaba, tuvo algunas pero los nervios jugaron malas pasadas; es humano, aunque no se crea, y como tal, falla a veces. El partido se extinguía y cada vez el humanista más metido atrás aguantando el empate, reventando y mordiendo. Suelo, barro, pasto, piernas si era posible.

El arquero humanista descuelga un centro flotado, chato, facilito y abre por la derecha; el puntero que arma la contra, por instinto, daba lo mismo el ratoneo del humanista. Mourinho estaría puteándolo como loco, pero qué importa, no había DT ni fórmulas, solo jugar a la pelota. En un pique de una sola vía, porque no habría vuelta tras este esfuerzo, llega a línea de fondo. Chupete que acompañaba desde la mitad, corriendo a todo lo que daba, lo que quedaba en el tanque, alza la mano y pide el pase, y allá va. Rasante, raspando el pasto, pidiendo un freno.  El nueve sabe que no puede fallar, se cuela entre los defensas y planta su izquierda con fuerza, el apoyo perfecto para tocar con delicadeza la pelota, usando la diestra. Sangre fría impensada, de otro partido. Última jugada y le metió el cooler entero para concretar.

El humanista salta y no lo cree. Chupete, el mismo de las burlas por sus zapatillas, del vapuleo, del murmullo ajeno, metía los pies al fuego y salía airoso, caminando triunfal. Nadie corre a buscarlo por el cansancio, pero el abrazo estaba ahí, eterno y fraterno. Terminó el partido y Chupete mira al cielo, buscando en él su recompensa. Le torció la mano al destino y se inmortalizó en la retina de quienes vimos ese gol, lleno de sangre y tierra. 2-1 para la historia, para una serie que terminarían ganando. Y aunque la MB nunca pagó la apuesta, qué importa, él ya pagó sus deudas y partió con una sonrisa del colegio, de esas que no te borra nadie.


viernes, 11 de noviembre de 2016

El Penal

Se escuchó el pitido seco, se frenaron las almas mientras veían al arbitro correr con el brazo firme apuntando el punto penal. Sí, penal. Minuto 88, 89, 90; qué importa. Era penal en la última jugada. Los de blanco se tomaban la cara y los de rojo se miraban nerviosos pero felices, era la opción de ganar el partido pero nadie quería la responsabilidad. La grada al rojo vivo no dejaba de gritar, exigían justicia y concretar, mordían la rabia acumulada de sus fracasos y escupían sin tapujos todos sus complejos de futbolista frustrado. ¡QUE LE PEGUE EL CAPITÁN!, gritaban desesperados desde la barra; porque claro, quien más que el líder para tomar tal peso sobre sus hombros. 

Se paró con personalidad pero las piernas vibraban un poco, junto al estadio completo. Mirada fija, brazos en jarra, el sudor corriendo por la frente, incomodando aún más la escena. En la malla del arco el cielo, a los lados y arriba; el infierno. El debate eterno con un solo protagonista, quien balancea su destino en un disparo: todo depende de él. No hay espacio para dudar, dudar es de débiles, de cagones. 

El juez se fija que el arquero esté sobre la linea y pita, el pateador toma carrera y patea. La pelota toma su curso, decidida. Ni arriba ni a los lados: ambos en su nerviosismo prefirieron el centro del arco. El arquero la recibe con las palmas. Un regalo divino, héroe sin méritos y verdugo sin intención. El pateador ve de a poco como se desvanece la ilusión, falló y lo sabe. Se toma la cara, se saca la jineta y corre llorando al camarín. 

El estadio que antes retumbaba, ahora solo murmura, haciendo eco del error y martirizando a quien lo marró, mientras toma carrera a cambiarse. Un hoyo en el suelo sería lo ideal para saltar en él, no quiere saber nada de nada. El técnico al ver esta presión sicológica sobre su dirigido, se da vuelta y ante los hinchas les grita: ¡SON CABROS CHICOS HUEÓN, PIENSEN UN POCO!.

Los papás se callaron y los niños se saludaron en el medio de la cancha porque tras el penal, terminó el partido. 0-0 en la final de la Copa Amistad, ambos ganaron medallas y una foto juntos promoviendo el fair-play. Del capitán no se supo más, anunció su retiro tras ese penal.

martes, 11 de octubre de 2016

Cuento 1

Salí del metro acongojado, era como que me faltó algo adentro, no dejé de mirar a esa mina y ella no dejó de mirarme. Fue cuático como nos encontrábamos y sonreíamos, pasaban las estaciones y la sentía cada vez más cerca, magnetismo dentro del metal del vagón, foco a foco en el túnel. Cuando llegó mi estación y bajé compartiendo nuestra última mirada, me arrepentí. Me dí vuelta para volver y saludarla, pero el cierre de puertas golpeó mis ánimos y quedé plantado frente al vidrio, con ella mirándome y riendo.

Es curioso como a veces uno conoce gente sin hablar absolutamente nada, la complicidad de la presencia y el interés mutuo; basta devolver una sonrisa. Quizás pasamos tiempo con gente que conoceremos después y ni lo notaremos, no notaremos que ya nos vimos antes y compartimos un momento de conversación. Cada cual tiene su historia y dice mucho de ella en cómo se comporta durante un viaje en el transporte público, o como camina, o como es simplemente; y desde ya está compartiendo un espacio de su vida contigo. Es por eso que me gustan los silencios cuando hablo con alguien, el cuerpo se expresa y libera un montón de emociones, un abrazo aprieta más, un beso acelera más y una mirada quiebra más el alma. Puede sonar demasiado rebuscado pero a veces no hay como explicar lo que uno siente, eso inexplicable es lo fuerte de las emociones, solo llegan y producen; no hay mucho trayecto, es energía transformándose constantemente y explotando a través de uno.

Tanto así como que el destino logró que yo pagara mi pasaje al unísono que ella, bajara justo para tomar el mismo tren y el mismo vagón, a la misma hora del día, el mismo día; y precisamente quedáramos frente a frente para experimentar con nuestra energía en el otro. Tenía el pelo largo, hasta un poco más abajo de sus pechos, castaño, tez morena y sonrisa blanca. La nariz un tanto fina y marcando un hoyuelo a cada sonrisa. Era alta, que tal un metro setenta, más o menos. Se escondía y aparecía, se daba color pero me interesaba, quien sabe si yo también. Por dentro ella estaba deseando que yo diera el primer paso, rehuía de romper el cliché ''el hombre debe saludar primero'', se mostraba como tímida pero a esa altura qué importaban los miedos y las ataduras, estábamos en un piso ajeno al vagón, tomando nuestro propio viaje dentro del subsuelo santiaguino. Hasta que me bajé.

jueves, 15 de septiembre de 2016

El paisaje salvaje

A las tres de la mañana se me ocurre revisar el pasado, me golpeó la nostalgia brígido mientras meaba antes de ir a dormir, luego de ganar la última ranked. "Ya han pasado 3 años", pensé. Me acosté y revisé el teléfono, lo tuve un buen rato en la pantalla de bloqueo y me decidí.

Lo que más me provocó ver todo eso que las queridas redes sociales guardan, para luego autoflagelarnos leyéndolo, fue pena. Me sentí como el pico porque tengo la envidiable capacidad de ser un conchesumadre con la gente que me quiere, real y desinteresadamente. Tanto al punto que me odio por unos segundos, unos segundos larguísimos donde quiero mandar todo a la mierda y llorar. Botar todo para luego hacer como que estoy bien. Que ya pasó.

Leo y releo la conversación y me siento cada vez peor. Este masoquismo de mierda que no lleva a ningún lado, curiosamente me proyecta imágenes bonitas, porque eso es la nostalgia: el recuerdo feliz de algo que pasó y que nos marcó.

La mayoría de gente que me conoce opina igual de mí, y eso me tranquiliza bastante. Me da un break dentro del estrés acumulado por años, intentando definirme a mi mismo. Y yo leo y leo, un poema entremedio: 

He conservado intacto tu paisaje
pero no sé hasta donde está intacto sin ti
sin que tú le prometas horizontes de niebla
sin que tú le reclames su ventana de arena.

Son las tres de la mañana el 18 de julio del 2013 y seguimos hablando de lo que pasó el día anterior, y yo sigo escribiendo de lo que pasó hace tres años, y todavía tengo el cuadernito lleno de poemas, y todavía tengo la carta, y todavía me acuerdo que el ringtone era La Sinceridad del Cosmos -tema culiao, me cargaba- y sonrío nervioso acordándome de cuando saliste del metro en Cumming, cuando fuimos a la conchesumadre y más allá a ver a los Ases Falsos y sobre todo, sonrío nervioso por lo mierda, frío y desagradable que fui aquel día. Lo bueno, es que después de aquel día, no me viste más siendo así de nefasto. 

martes, 2 de agosto de 2016

¡Por fin hueón, por fin!

Fue un día especial, dormí bastante en la tarde buscando soñar con el gol de esa noche. Pensé en muchas alternativas: un rebote, un cabezazo, un zurdazo, al ángulo. Todo lo que pudiera ser, ojalá que fuera. No estaba bien, venía de una lesión que me mantuvo tres semanas fuera de las canchas, además de sumar que no había dado ningún abrazo de gol en todo lo que llevaba de carrera en Nacional. Eran seis meses de sequía, goles anulados, palos y muy poca confianza. Seis meses de incertidumbre, lesiones y cuestionamientos.

Como era la costumbre me fui con el Nacho a la cancha, mi vecino y amigo; por quien entré al club. Hablamos todo el camino de cualquier otra cosa menos fútbol, estaba muy nervioso, no sé por qué tanto. La noche se ponía fría y yo solo pensaba en los videos de Fernando Torres que vi antes de salir. Siempre fue un referente para mí: parecía displicente pero apuñalaba en el momento justo. Era impredecible, en un sprint veías el número marcando el gol. Una inspiración para mi vuelta. Camarín, vestirme, vendas en los tobillos y una en los dedos apretando meñique y anular. Polera manga larga y a calentar.

Fue un partido difícil, contra la Universidad de Chile. Me sentía pesado, lento, errático y tropezaba infinitas veces en el pasto por la humedad del invierno santiaguino. Pase entre líneas que me cae boteando, el arquero sale y la defino por arriba: globito perfecto. Me doy vuelta buscando la celebración pero la bandera del offside me anula todo. Primer tiempo 0-1 y la presión era insoportable.

Pese a todos mis pronósticos el profe me dejó el segundo tiempo en cancha siendo que no daba un pase bueno. Me sentía pésimo adentro, estaba sobrando, pero había que meter. De pronto, se abrió mi ventana: el Itu la roba y toca hacia adelante, corre el Osvaldo y parece que se va por el fondo pero llega –los centrales estáticos que no la creen-, centra y la pelota viene hacia mí. Despacio, pidiéndome a gritos que no la cague, que es ahora, que tiene que ir adentro como sea. Contrólala y pega, cabecea, que se yo, tiene que ir adentro.

Así lo rezaba el viejo adagio: "Si estás en el área chica frente al arco, metela adentro. Luego discutiremos las posibilidades". Me acomodo y saco una tijera antinatura en mi gama de posibilidades. ¿Cuándo en la vida iba a meter una acrobacia así? La calzo perfecto, con el empeine acompañando el movimiento. Caigo de lado mientras veo que el arquero se estira abajo pero no llega, se infla el arco y en un segundo estoy de pie.

La sensación es cuática. Corro hacia adelante apretando los puños y gritando “VAMOS” una y otra vez. Es como en las películas, cuando hay un ruido muy fuerte y el protagonista ve a todos gritar pero solo escucha un pitido o el vacío, bueno, así fue. Mientras gritaba veía al resto hacer lo mismo pero solo me escuchaba a mí. Un momento tan propio, de redención, de sacarme tantas frustraciones acumuladas en el año, hasta me di un gusto y me deslicé de rodillas como siempre soñé hacerlo, desde que era un pibito moviéndola en la cucha. Me acuesto y veo al resto del equipo caer sobre mí, todos me gritan pero solo sonrío y miro el cielo, no entiendo qué mierda me dicen pero qué importa también. Gol, gol y golazo la concha de mi madre.

Llegué a la mitad de cancha para sacar de nuevo, ahí me espera el Nacho, me abraza y me dice: “Qué golazo, conchetumadre”.

Empatamos ese partido pero yo gané, en confianza, en ganas y sobre todo en sueños cumplidos. Cuando me acosté y miraba el techo en la oscuridad, repasaba una y otra vez el momento: el centro, el instinto para acomodarse, caer al piso y levantarse en un movimiento, gritar como nunca lo había hecho. Hace poco tiempo vi ese video de Carcuro gritando tras el penal de Alexis: “¡Por fin hueón, por fin!”. Creo que nada define mejor lo que grite esa noche antes de dormirme, por fin me descartuché y dejé los fantasmas un poquito más atrás. El destino me permitió vacunar de nuevo a la U en mi último partido, con otro golazo -está hasta grabado ese- y despedirme como debía.


Porque el fútbol si tiene cosas bonitas. Demora, hay que tenerle paciencia, pero cuando llegan esos momentos puta que se siente bien. Tanto esfuerzo, tantas recuperaciones, tanto llanto en pos de un objetivo que se cumple. La mejor noche de mi 2015, por lejos.

viernes, 22 de julio de 2016

Cuarto Rey

Caminaba por San Francisco hacia la casa del Riffo, compañero de colegio y de mil andanzas nuevas para mi, con ingestas de alcohol cuestionables; rozando lo insano, salidas atrevidas, conflictos internos, botellazos, tragos al seco, mucho tomanji y chupística, Age of Empires y sobre todo, charlas misóginas. La noche estaba tranquila, la luna brillaba más que de costumbre acompañándome desde Santa Lucía. Hoy se nos venía otra noche de joda en el Palacio Real de Balta -nuestro micropaís-, Palacio que era un altillo dentro de una pensión llena de extranjeros, que desafiaba las reglas de la ingeniería y la arquitectura, y que ponía a prueba el temple y equilibrio de cada uno de nosotros para bajar por esa escalera a mear y no morir en el intento. El altillo tenía una mesa de centro rodeada de sillas y pisos, unos colchones viejos, libreros, una tele con un VHS y muchos cuadros esparcidos. Esa noche teníamos una nueva incorporación: un tubo de PVC que cruzaba el piso de arriba para llegar hasta un desagüe misterioso. Efectivamente, teníamos un nuevo urinal. Como avanza la ciencia, no digo yo.

Llegué y ya estaban todos los Bálticos; no diré sus nombres porque ellos saben quienes son. Dejé mi mochila y fuimos a comprar los bebestibles a la esquina. Nuestra minoría de edad no era drama y las amables viejujas nos abastecían sin problemas, porque perder casi 15 lucas era una aberración para una pyme pequeña como lo era esa botillería. Sacamos unos vasos plásticos y dimos inicio a la tomatera más brigida de mi vida, pero iremos por partes. 

Iniciamos con una ronda de tequila y Coca-Cola. El Charro Negro no era rival para nuestros hígados trabajados y lo tomamos casi al seco, ¿algo así como cuando los Maggios cantan para iniciar las reuniones en Los Simpsons? Bueno, ese fue nuestro aperitivo. Luego vino la chupística, y también la sentimos aburrida, más allá de las tallas que nacen y todo el rollo. La mejor anécdota de ese momento fue cuando hubo un corte de luz, un peruano gritaba: "Señor don Vicente" (dueño de la pensión) repetidamente mientras se acercaba a la caja con los switch eléctricos para tratar de restaurarla, fue ahí que se escuchó un grito desgarrador, comparable solo a que haya visto al diablo o que se haya dado una descarga de chorrocientos mil voltios, o una patada bien puesta en las hueas. Unos segundos después, volvió la electricidad. 

Uno ya había vomitado por la ventana y la noche parecía morir, hasta que apareció el Cuarto Rey. Nos pareció buena idea innovar y le dimos, con huevos y muchas ganas de borrarnos -como era la tónica de esas noches-, llenos de problemas juveniles, sufriendo por mujeres y cahuines.

Pasaba el tiempo y ese vaso al centro de la mesa se veía cada vez mas aterrador, un vasito whiskero albergaba tequila, pisco, ron y vodka. Nadie quería la carta maldita y ya íbamos en el tercer rey, faltaba el de corazones y a todos nos sudaba el potito de solo pensar en su pronta aparición, en un mazo cada vez más desnudo. 

Llega mi turno y con la cuea de esos años, me toca el cuarto y último rey. No me iban bien las mujeres, en fútbol no daba una, Carrillo me rajaba en matemáticas y Venegas en química. Recibía el hueveo constante de ser humanista y pa' peor me ofrecí de secretario del Centro de Alumnos. No era mi momento, para nada. Tragué saliva, cerré los ojos, levanté el vaso y para dentro. Un dato freak es que unos días después me contaron que metieron hasta jugo de mesa en ese vaso, un pañito con todo lo que cayó en la madera se estrujó para crear un elixir supremo, una ambrosía de dioses. Estuve unos cinco minutos terminando esa mierda para quedar en un estado de éxtasis, en el nirvana. Alguien propuso ir al Bella. Todos asentimos y nos pusimos en marcha. 

Me saque la chucha no sé cuantas veces, nos siguieron unos perros, unos chiquillos querían subir a su auto a un amigo nuestro seduciéndolo con un bocinazo y un coqueto: "EL DE CAMISAAAA", a la altura del Mapocho. Conocimos a unas chiquillas de dimensiones voluptuosas que buscaban unas amigas perdidas, vimos a un paco con metralleta, casi atropellan a uno de nosotros y fuimos escoltados hasta la casa por otra jauría. A eso de las cinco de la mañana ese néctar envenenado empezó a corroer mi cuerpo y me sentí mal, llegamos y el Riffo dijo que cocinaría algo. Hizo vienesas pero en vez de alimentar a su tropa, se las dio a la jauría que nos acompañó. Yo moría lentamente en un colchón, con la conciencia manchada y las extremidades dormidas, balbuceaba unas cosas al que tenía al lado con la culpa del curao' que se jotea una mina y no debe hacerlo. Eran algo así como las seis y media. Heroicamente vencí al alcohol y no devolví nada.

Desperté fermentando y con la luz del sol en la cara, me levante como pude y caminé hasta el metro. Iba destrozado y en el vagón una señora no paraba de mirarme con cara de: "Esta es la juventud actual, con caña en el metro a las 11 de la mañana". Ya en mi hogar prendí el computador y me metí a Facebook, tenía una solicitud de una niña que jamás había visto pero que me sonaba. Era una de las chiquillas de ayer, apagué todo luego de ver eso y me fui a dormir. Me saqué los pantalones y tenia heridas en toda la pierna, raspones, moretones y una costra salida. Filo, al sobre nomás.



miércoles, 1 de junio de 2016

Lágrimas de niño

Fernando sale de la cancha, un pelotazo en la cara le tiró un par de dientes y no quiere seguir jugando al arco. Tiene seis años y sale llorando, era que no. Su carrera bajo los tres palos ha terminado.

Siguió intentando en el fútbol y tras unos clubes de barrio llega a las inferiores del Atlético Madrid, esta vez como delantero centro. Su abuelo lo enamoró del club cuando visitaron juntos el museo en el Vicente Calderón. Torres afirma que ese tour le cambió la vida.

El resto es historia conocida: ídolo y figura en el Atlético, viaje a Liverpool y más éxito donde incluso fue nominado al Balón de Oro en el 2008, terminó siendo el tercer mejor jugador del mundo ese año. Detrás de Messi y Cristiano Ronaldo, una cosa poca. Mundial 2010 en Sudáfrica y campeón, aunque una lesión le impidió jugar todos los partidos de titular.

Después de ese verano no fue el mismo, decayó en Chelsea y nunca pudo reencontrarse con su fútbol, pese a que fue campeón de la Champions League. Londres no era su lugar, buscó nuevos aires y salió para peor. La gente nunca estuvo del todo convencida con sus actuaciones y se vio opacado por un Drogba intratable aquel año. Finalmente en el 2014 emigra a Italia para firmar su curva descendente: un gol en 10 partidos. El hijo pródigo lanzaba gritos de auxilio, siempre en silencio. Fue cuando en España, en Madrid, respondieron al llamado: Fernando tendría su vuelta a la que siempre fue su casa.

Dos años después, en el mismo estadio donde no logró nada importante The Kid estaba a punto de cumplir su sueño más profundo: ser campeón de la Champions League con el Atlético. Entró a San Siro serio, nervioso y ansioso. Con su temple de veterano pero con el estómago revuelto no por un estadio lleno, ni por una final, eran los nervios de un quinceañero con su primer amor. Estaba ahí, el beso a la copa con la camiseta que siempre quiso y la única pegada a su pecho.

No se daría fácil, a los colchoneros le tocaron las eliminatorias más complicadas de la copa. Tuvieron que eliminar al Bayern Munich y al Barcelona para llegar a esta instancia, pero es esa mística, ese camino rocoso que fue superado a tranco firme lo que les daba fuerza a los 11 que dispuso el Cholo en Milán. Con la nueve, erguido y orgulloso, Fernando Torres comandaría el ataque rojiblanco.

El partido empezó cuesta arriba como toda la historia del relegado de Madrid, el que tiene menos reflectores, al que todos los niños del mundo quieren ganarle jugando por el Real, gol de Ramos y los fantasmas de Lisboa asoman coquetos en la mente de los jugadores. Simeone no deja de ladrar desde la banca, intentando aleonar a sus pupilos que se muestran nerviosos, un poco torpes y lentos al atacar pero con muchas ganas. Se acaba el primer tiempo y el Real aventaja a su rival de siempre 1-0.

Saltan de nuevo a la cancha los 22 protagonistas y Fernando, que tanto lo había buscado sabe que es su momento de gloria. Puteó a Griezmann el primer tiempo porque no se la tocó para asegurar una opción errada por el francés, pese a que todo estaba invalidado por offside. Es de esos partidos ingratos, que nadie recuerda al que desgasta y sí al que anota. Los dos centrales no dejaron respirar a Torres, corrió, metió diagonales, arrastró marcas, hizo todo el recorrido para darle un espacio a Griezmann o Saúl, y luego a Carrasco.

Combinación por la derecha del Atlético y la pelota cae al punto penal, Fernando rápidamente le gana la pulseada a Pepe y posiciona el cuerpo para girar y pegar: esta es, si no es ahora no es nunca. Toda la vida esperando esta media vuelta para cobrar lo que tanto merece como hincha y símbolo del club. Atrás quedarían los 13 partidos de sequía con el Chelsea, la lesión de la rodilla previo a Sudáfrica, los fantasmas, la crisis futbolística, las burlas, todo lo que pasaba por su mente se resumía a esa media vuelta. Pero no, así como la vida; el fútbol es cruel y no le tenía ese destino a Torres. Pepe le arrastra la pierna de apoyo y el delantero cae. Clattenburg pita penal y la parcialidad colchonera explota, Griezmann corre a por la pelota y Fernando yace ahí, en el suelo tocándose el tobillo izquierdo. Se levanta y mira de reojo a Antoine quien ya tiene el balón en las manos, decidido. Quiere patearlo él pero sabe que no es el designado. Patea el zurdo y la manda al travesaño, Torres ni corre el rebote y el francés lanza un escueto: "La puta madre".

El empate de Carrasco es una anécdota y nos vamos a los penales para definirlo todo. Torres esta vez si pateará, el quinto, el de la hazaña. El de la primera Champions League para con su amor eterno y él, como sempiterno goleador, debe inmortalizarlo. Va 4-3 el marcador y Juanfrán falla. El tiempo parece detenerse y Fernando ve caminar de vuelta a su lateral derecho. Cristiano va a tomar su lugar, el del gol de la victoria, el que se llevará las cámaras, mira al siete de los blancos que toma carrera y anota. Perdieron, de nuevo. Otra vez les toca ser segundos y se le viene encima lo que le dijo Aragonés en la Eurocopa del 2008: "Del segundo no se acuerda nadie, ténganlo claro."

La fila rojiblanca se desarma y cada quien busca sus respuestas, el nueve se mantiene con las manos en la cintura y se dispone a abrazar a cada uno de sus compañeros, como buen líder. Tras la formalidad se da su espacio, se sienta y comienza a llorar. Sincero, sin ningún asco, perdió y le duele como nunca, era el partido de su redención, de su renacer y se le escapó. La frustración de alguien que corrió todo el partido y no pudo ni patear al arco tanto en los 120 como en los penales. Se levanta de a poco y Saúl viene a abrazarlo pero no hay consuelo, Fernando mira al espacio con más pena que rabia y se deja embargar por la sensación general. Otra vez se le escapó a su equipo, y Torres llora como el niño que siempre fue, es y será.





jueves, 19 de mayo de 2016

Crónica de una muerte anunciada

El Martín me rebota entre tres el lateral que le acabo de servir, me la deja pochita a tiro de gol. Una jugada totalmente aislada del momento que vive, está frustrado, nublado, regó la cancha con su sudor. Pero ahora fue inteligente y sin pensarla vio a un compañero mejor ubicado, pase, hágalo. Vamos perdiendo por dos y si la meto podríamos darle un giro a esta novela. Me perfilo sabiendo que tiene que ir sí o sí adentro, un paso corto y uno largo, la engancho perfecto, entre empeine y borde interno, con fuerza ascendente que lleva destino de gol. De golazo en realidad. Cuando ya se estaba abrazando con la red en el ángulo superior derecho, aparece un cuerpo del rival y la manda afuera, al corner. Saco y en el apuro perdemos la opción, contra y lápida. Ya no quedan piernas ni mente para seguir soportando más embates.

Suena el pitazo y me tiro al suelo, me siento, me saco la polera que me pesa 20 kilos en puro sudor y veo como pequeñas gotas caen entre mis piernas. Perdimos la opción de quedar punteros y asegurar playoffs. Me siento más culpable que nunca, la semana pasada dimos un baile y hoy fui un fantasma. El fútbol a veces despierta de malas contigo, a medida que pasa el partido te suma frustraciones, quejas, rabias y te impide algo tan merecido como un gol. Machacamos y machacamos, se nos lesionaron 2 y uno jugó con pierna y media. Pero nunca claudicamos. Se necesitaba alguien que tirara del carro y el Martín corría toda la cancha ida y vuelta, desordenado, impetuoso, prepotente, con la sangre corriendole a full por las venas, del sur a la capital hay un solo camino y se abre paso por el, a la mierda si alguien se enoja: yo pongo la pierna fuerte y a llorar a la Iglesia. Nadie más corre a esa altura pero sigue ahí mordiendo, molestando, incordiando aunque sea, a quienes ya se ven con su primera victoria del torneo.

Yo a esa altura ya estoy destrozado, fatigado y golpeado. Me arden los tobillos y las rodillas, tengo la nariz hirviendo, el tabique quebrado que luzco orgulloso me dificulta respirar y me estoy ahogando por dentro. Solo quiero que se acabe, da lo mismo el resultado. Es entonces que me doy cuenta de lo que está corriendo mi compañero, ese que fue el primero en hablarme cuando llegué a la universidad, que se sabía mi nombre y yo ni por enterado quien era él. Me sacudí la mierda y traté de aportar, con más coraje que fútbol.

Pellizqué unos cuantos tobillos y me estiré buscando interceptar un pase pero ya no me daba el cuero, acabábamos de descontar tras un gol de él y pase mio. El Jhona me decía que quedaban diez, que aún se podía. Pero yo no me sentía en condiciones de hilar alguna prenda de maravilla europea, no metía ni un enganche corto, se me vino toda la paja acumulada encima, tanto no hacer nada en el día cobraba sus intereses y bueno, ahí estaba yo con el sudor frío y con las piernas en la mano.

Sale la pelota por la banda y es lateral, no me quedan opciones y el Martín se descuelga entre tres. Aparece como si nada tirando manotazos para plantarse firme y dispuesto. Gana la posición con oficio y me la toca de vuelta, de nuevo la responsabilidad y todo lo mencionado encima. Pero hoy no, hoy no me siento el mismo, sabía que no iba a entrar por mucho que quisiera. La pelota hoy no quiso nada conmigo, es lo lindo y lo trágico del amor, el teatro del fútbol, me ganó la ansiedad y el posible cumplimiento de la primera parte del sueño. Me siento y repaso todo lo que hice mal, todo, desde que entre a la cancha hasta que salí. El Nico me revuelve el pelo y ayuda a levantarme pero estoy ido, frustrado y enchuchado. El Martín sale callado, con la cara roja llena de furia y esfuerzo, le pega una patada a la reja mientras pasa y se mete al camarín. Se cambia de ropa y se va, sin decir nada. Fútbol conchetumadre, hasta la otra semana.


martes, 17 de mayo de 2016

Una final

Punto culmine, momento donde todo lo que hiciste tiene su desenlace sea justo o no. Aquí no se sabe de justicias, o la ganas o la pierdes pero no puedes esperar que tus méritos anteriores te lleven a lo que deseas. La vida es así, aunque duela. No hay muerto malo y los que pierden finales son muertos, no hay crítica alguna. "Pobrecitos, no pudieron." Que mentalidad más basura.

El gusto de vivir en un círculo que espera de la meritocracia los dones divinos, y no es así. La vida no es como uno quiere por más que haga esfuerzos. Me toca ser el amargo pero sí. Hace rato me di cuenta que los azares definen quienes somos, o el destino, pero hablar de méritos es tiempo perdido. Puedes sentirte mejor o peor con tu cuenta acumulada pero al fin y al cabo no define que será de ti en 20 o 30 años más.

A veces pega duro todo, pero depende de uno aguantar estoico o quebrarse. Me tienen podrido los moralistas, los que se llenan la boca pregonando mierda para después limpiarsela como se debe, chato de los esquizofrenicos y salfatísticos que en todo ven un pero, de los suspicaces que siempre esperan lo peor del otro. Que gente de mierda loco, un segundo no dejan de romper las pelotas. Pero bueno, uno no puede pedirle peras al Olmo y si ya se arraigó esa mentalidad y esa manera de actuar es difícil que un don nadie la cambie.

Hoy vivo mi final o mis finales, ya que ojalá sea más de una. Es un momento complejo y de suma tensión pero que si todo sale bien podré dormir un poco más tranquilo. No me hago el santo en un mundo hecho mierda pero si me considero lo suficientemente correcto para decir que no escupo al cielo -por lo menos ahora- ni me chupo las bolas creyendo que está bien. Au revoir.