Fue un día especial, dormí bastante en la tarde buscando
soñar con el gol de esa noche. Pensé en muchas alternativas: un rebote, un
cabezazo, un zurdazo, al ángulo. Todo lo que pudiera ser, ojalá que fuera. No
estaba bien, venía de una lesión que me mantuvo tres semanas fuera de las canchas,
además de sumar que no había dado ningún abrazo de gol en todo lo que llevaba
de carrera en Nacional. Eran seis meses de sequía, goles anulados, palos y muy
poca confianza. Seis meses de incertidumbre, lesiones y cuestionamientos.
Como era la costumbre me fui con el Nacho a la cancha, mi
vecino y amigo; por quien entré al club. Hablamos todo el camino de cualquier
otra cosa menos fútbol, estaba muy nervioso, no sé por qué tanto. La
noche se ponía fría y yo solo pensaba en los videos de Fernando Torres que vi
antes de salir. Siempre fue un referente para mí: parecía displicente pero
apuñalaba en el momento justo. Era impredecible, en un sprint veías el número
marcando el gol. Una inspiración para mi vuelta. Camarín, vestirme, vendas en
los tobillos y una en los dedos apretando meñique y anular. Polera manga larga
y a calentar.
Fue un partido difícil, contra la Universidad de Chile. Me
sentía pesado, lento, errático y tropezaba infinitas veces en el pasto por la
humedad del invierno santiaguino. Pase entre líneas que me cae boteando, el
arquero sale y la defino por arriba: globito perfecto. Me doy vuelta buscando
la celebración pero la bandera del offside me anula todo. Primer tiempo 0-1 y
la presión era insoportable.
Pese a todos mis pronósticos el profe me dejó el segundo
tiempo en cancha siendo que no daba un pase bueno. Me sentía pésimo adentro,
estaba sobrando, pero había que meter. De pronto, se abrió mi ventana: el Itu
la roba y toca hacia adelante, corre el Osvaldo y parece que se va por el fondo
pero llega –los centrales estáticos que no la creen-, centra y la pelota viene
hacia mí. Despacio, pidiéndome a gritos que no la cague, que es ahora, que tiene
que ir adentro como sea. Contrólala y pega, cabecea, que se yo, tiene que ir
adentro.
Así lo rezaba el viejo adagio: "Si estás en el área chica frente al arco, metela adentro. Luego discutiremos las posibilidades". Me acomodo y saco una tijera antinatura en mi gama de posibilidades. ¿Cuándo en la vida iba a meter una acrobacia así? La calzo perfecto, con el empeine acompañando el movimiento. Caigo de lado mientras veo que el arquero se estira abajo pero no llega, se infla el arco y en un segundo estoy de pie.
Así lo rezaba el viejo adagio: "Si estás en el área chica frente al arco, metela adentro. Luego discutiremos las posibilidades". Me acomodo y saco una tijera antinatura en mi gama de posibilidades. ¿Cuándo en la vida iba a meter una acrobacia así? La calzo perfecto, con el empeine acompañando el movimiento. Caigo de lado mientras veo que el arquero se estira abajo pero no llega, se infla el arco y en un segundo estoy de pie.
La sensación es cuática. Corro hacia adelante apretando
los puños y gritando “VAMOS” una y otra vez. Es como en las películas, cuando
hay un ruido muy fuerte y el protagonista ve a todos gritar pero solo escucha
un pitido o el vacío, bueno, así fue. Mientras gritaba veía al resto hacer lo
mismo pero solo me escuchaba a mí. Un momento tan propio, de redención, de
sacarme tantas frustraciones acumuladas en el año, hasta me di un gusto y me
deslicé de rodillas como siempre soñé hacerlo, desde que era un pibito moviéndola
en la cucha. Me acuesto y veo al resto del equipo caer sobre mí, todos me
gritan pero solo sonrío y miro el cielo, no entiendo qué mierda me dicen pero
qué importa también. Gol, gol y golazo la concha de mi madre.
Llegué a la mitad de cancha para sacar de nuevo, ahí me
espera el Nacho, me abraza y me dice: “Qué golazo, conchetumadre”.
Empatamos ese partido pero yo gané, en confianza, en ganas y
sobre todo en sueños cumplidos. Cuando me acosté y miraba el techo en la
oscuridad, repasaba una y otra vez el momento: el centro, el instinto para
acomodarse, caer al piso y levantarse en un movimiento, gritar como nunca lo
había hecho. Hace poco tiempo vi ese video de Carcuro gritando tras el penal de
Alexis: “¡Por fin hueón, por fin!”. Creo que nada define mejor lo que grite esa
noche antes de dormirme, por fin me descartuché y dejé los fantasmas un poquito
más atrás. El destino me permitió vacunar de nuevo a la U en mi último partido,
con otro golazo -está hasta grabado ese- y despedirme como debía.
Porque el fútbol si tiene cosas bonitas. Demora, hay que
tenerle paciencia, pero cuando llegan esos momentos puta que se siente bien.
Tanto esfuerzo, tantas recuperaciones, tanto llanto en pos de un objetivo que
se cumple. La mejor noche de mi 2015, por lejos.