martes, 2 de agosto de 2016

¡Por fin hueón, por fin!

Fue un día especial, dormí bastante en la tarde buscando soñar con el gol de esa noche. Pensé en muchas alternativas: un rebote, un cabezazo, un zurdazo, al ángulo. Todo lo que pudiera ser, ojalá que fuera. No estaba bien, venía de una lesión que me mantuvo tres semanas fuera de las canchas, además de sumar que no había dado ningún abrazo de gol en todo lo que llevaba de carrera en Nacional. Eran seis meses de sequía, goles anulados, palos y muy poca confianza. Seis meses de incertidumbre, lesiones y cuestionamientos.

Como era la costumbre me fui con el Nacho a la cancha, mi vecino y amigo; por quien entré al club. Hablamos todo el camino de cualquier otra cosa menos fútbol, estaba muy nervioso, no sé por qué tanto. La noche se ponía fría y yo solo pensaba en los videos de Fernando Torres que vi antes de salir. Siempre fue un referente para mí: parecía displicente pero apuñalaba en el momento justo. Era impredecible, en un sprint veías el número marcando el gol. Una inspiración para mi vuelta. Camarín, vestirme, vendas en los tobillos y una en los dedos apretando meñique y anular. Polera manga larga y a calentar.

Fue un partido difícil, contra la Universidad de Chile. Me sentía pesado, lento, errático y tropezaba infinitas veces en el pasto por la humedad del invierno santiaguino. Pase entre líneas que me cae boteando, el arquero sale y la defino por arriba: globito perfecto. Me doy vuelta buscando la celebración pero la bandera del offside me anula todo. Primer tiempo 0-1 y la presión era insoportable.

Pese a todos mis pronósticos el profe me dejó el segundo tiempo en cancha siendo que no daba un pase bueno. Me sentía pésimo adentro, estaba sobrando, pero había que meter. De pronto, se abrió mi ventana: el Itu la roba y toca hacia adelante, corre el Osvaldo y parece que se va por el fondo pero llega –los centrales estáticos que no la creen-, centra y la pelota viene hacia mí. Despacio, pidiéndome a gritos que no la cague, que es ahora, que tiene que ir adentro como sea. Contrólala y pega, cabecea, que se yo, tiene que ir adentro.

Así lo rezaba el viejo adagio: "Si estás en el área chica frente al arco, metela adentro. Luego discutiremos las posibilidades". Me acomodo y saco una tijera antinatura en mi gama de posibilidades. ¿Cuándo en la vida iba a meter una acrobacia así? La calzo perfecto, con el empeine acompañando el movimiento. Caigo de lado mientras veo que el arquero se estira abajo pero no llega, se infla el arco y en un segundo estoy de pie.

La sensación es cuática. Corro hacia adelante apretando los puños y gritando “VAMOS” una y otra vez. Es como en las películas, cuando hay un ruido muy fuerte y el protagonista ve a todos gritar pero solo escucha un pitido o el vacío, bueno, así fue. Mientras gritaba veía al resto hacer lo mismo pero solo me escuchaba a mí. Un momento tan propio, de redención, de sacarme tantas frustraciones acumuladas en el año, hasta me di un gusto y me deslicé de rodillas como siempre soñé hacerlo, desde que era un pibito moviéndola en la cucha. Me acuesto y veo al resto del equipo caer sobre mí, todos me gritan pero solo sonrío y miro el cielo, no entiendo qué mierda me dicen pero qué importa también. Gol, gol y golazo la concha de mi madre.

Llegué a la mitad de cancha para sacar de nuevo, ahí me espera el Nacho, me abraza y me dice: “Qué golazo, conchetumadre”.

Empatamos ese partido pero yo gané, en confianza, en ganas y sobre todo en sueños cumplidos. Cuando me acosté y miraba el techo en la oscuridad, repasaba una y otra vez el momento: el centro, el instinto para acomodarse, caer al piso y levantarse en un movimiento, gritar como nunca lo había hecho. Hace poco tiempo vi ese video de Carcuro gritando tras el penal de Alexis: “¡Por fin hueón, por fin!”. Creo que nada define mejor lo que grite esa noche antes de dormirme, por fin me descartuché y dejé los fantasmas un poquito más atrás. El destino me permitió vacunar de nuevo a la U en mi último partido, con otro golazo -está hasta grabado ese- y despedirme como debía.


Porque el fútbol si tiene cosas bonitas. Demora, hay que tenerle paciencia, pero cuando llegan esos momentos puta que se siente bien. Tanto esfuerzo, tantas recuperaciones, tanto llanto en pos de un objetivo que se cumple. La mejor noche de mi 2015, por lejos.