jueves, 19 de mayo de 2016

Crónica de una muerte anunciada

El Martín me rebota entre tres el lateral que le acabo de servir, me la deja pochita a tiro de gol. Una jugada totalmente aislada del momento que vive, está frustrado, nublado, regó la cancha con su sudor. Pero ahora fue inteligente y sin pensarla vio a un compañero mejor ubicado, pase, hágalo. Vamos perdiendo por dos y si la meto podríamos darle un giro a esta novela. Me perfilo sabiendo que tiene que ir sí o sí adentro, un paso corto y uno largo, la engancho perfecto, entre empeine y borde interno, con fuerza ascendente que lleva destino de gol. De golazo en realidad. Cuando ya se estaba abrazando con la red en el ángulo superior derecho, aparece un cuerpo del rival y la manda afuera, al corner. Saco y en el apuro perdemos la opción, contra y lápida. Ya no quedan piernas ni mente para seguir soportando más embates.

Suena el pitazo y me tiro al suelo, me siento, me saco la polera que me pesa 20 kilos en puro sudor y veo como pequeñas gotas caen entre mis piernas. Perdimos la opción de quedar punteros y asegurar playoffs. Me siento más culpable que nunca, la semana pasada dimos un baile y hoy fui un fantasma. El fútbol a veces despierta de malas contigo, a medida que pasa el partido te suma frustraciones, quejas, rabias y te impide algo tan merecido como un gol. Machacamos y machacamos, se nos lesionaron 2 y uno jugó con pierna y media. Pero nunca claudicamos. Se necesitaba alguien que tirara del carro y el Martín corría toda la cancha ida y vuelta, desordenado, impetuoso, prepotente, con la sangre corriendole a full por las venas, del sur a la capital hay un solo camino y se abre paso por el, a la mierda si alguien se enoja: yo pongo la pierna fuerte y a llorar a la Iglesia. Nadie más corre a esa altura pero sigue ahí mordiendo, molestando, incordiando aunque sea, a quienes ya se ven con su primera victoria del torneo.

Yo a esa altura ya estoy destrozado, fatigado y golpeado. Me arden los tobillos y las rodillas, tengo la nariz hirviendo, el tabique quebrado que luzco orgulloso me dificulta respirar y me estoy ahogando por dentro. Solo quiero que se acabe, da lo mismo el resultado. Es entonces que me doy cuenta de lo que está corriendo mi compañero, ese que fue el primero en hablarme cuando llegué a la universidad, que se sabía mi nombre y yo ni por enterado quien era él. Me sacudí la mierda y traté de aportar, con más coraje que fútbol.

Pellizqué unos cuantos tobillos y me estiré buscando interceptar un pase pero ya no me daba el cuero, acabábamos de descontar tras un gol de él y pase mio. El Jhona me decía que quedaban diez, que aún se podía. Pero yo no me sentía en condiciones de hilar alguna prenda de maravilla europea, no metía ni un enganche corto, se me vino toda la paja acumulada encima, tanto no hacer nada en el día cobraba sus intereses y bueno, ahí estaba yo con el sudor frío y con las piernas en la mano.

Sale la pelota por la banda y es lateral, no me quedan opciones y el Martín se descuelga entre tres. Aparece como si nada tirando manotazos para plantarse firme y dispuesto. Gana la posición con oficio y me la toca de vuelta, de nuevo la responsabilidad y todo lo mencionado encima. Pero hoy no, hoy no me siento el mismo, sabía que no iba a entrar por mucho que quisiera. La pelota hoy no quiso nada conmigo, es lo lindo y lo trágico del amor, el teatro del fútbol, me ganó la ansiedad y el posible cumplimiento de la primera parte del sueño. Me siento y repaso todo lo que hice mal, todo, desde que entre a la cancha hasta que salí. El Nico me revuelve el pelo y ayuda a levantarme pero estoy ido, frustrado y enchuchado. El Martín sale callado, con la cara roja llena de furia y esfuerzo, le pega una patada a la reja mientras pasa y se mete al camarín. Se cambia de ropa y se va, sin decir nada. Fútbol conchetumadre, hasta la otra semana.


martes, 17 de mayo de 2016

Una final

Punto culmine, momento donde todo lo que hiciste tiene su desenlace sea justo o no. Aquí no se sabe de justicias, o la ganas o la pierdes pero no puedes esperar que tus méritos anteriores te lleven a lo que deseas. La vida es así, aunque duela. No hay muerto malo y los que pierden finales son muertos, no hay crítica alguna. "Pobrecitos, no pudieron." Que mentalidad más basura.

El gusto de vivir en un círculo que espera de la meritocracia los dones divinos, y no es así. La vida no es como uno quiere por más que haga esfuerzos. Me toca ser el amargo pero sí. Hace rato me di cuenta que los azares definen quienes somos, o el destino, pero hablar de méritos es tiempo perdido. Puedes sentirte mejor o peor con tu cuenta acumulada pero al fin y al cabo no define que será de ti en 20 o 30 años más.

A veces pega duro todo, pero depende de uno aguantar estoico o quebrarse. Me tienen podrido los moralistas, los que se llenan la boca pregonando mierda para después limpiarsela como se debe, chato de los esquizofrenicos y salfatísticos que en todo ven un pero, de los suspicaces que siempre esperan lo peor del otro. Que gente de mierda loco, un segundo no dejan de romper las pelotas. Pero bueno, uno no puede pedirle peras al Olmo y si ya se arraigó esa mentalidad y esa manera de actuar es difícil que un don nadie la cambie.

Hoy vivo mi final o mis finales, ya que ojalá sea más de una. Es un momento complejo y de suma tensión pero que si todo sale bien podré dormir un poco más tranquilo. No me hago el santo en un mundo hecho mierda pero si me considero lo suficientemente correcto para decir que no escupo al cielo -por lo menos ahora- ni me chupo las bolas creyendo que está bien. Au revoir.