viernes, 22 de julio de 2016

Cuarto Rey

Caminaba por San Francisco hacia la casa del Riffo, compañero de colegio y de mil andanzas nuevas para mi, con ingestas de alcohol cuestionables; rozando lo insano, salidas atrevidas, conflictos internos, botellazos, tragos al seco, mucho tomanji y chupística, Age of Empires y sobre todo, charlas misóginas. La noche estaba tranquila, la luna brillaba más que de costumbre acompañándome desde Santa Lucía. Hoy se nos venía otra noche de joda en el Palacio Real de Balta -nuestro micropaís-, Palacio que era un altillo dentro de una pensión llena de extranjeros, que desafiaba las reglas de la ingeniería y la arquitectura, y que ponía a prueba el temple y equilibrio de cada uno de nosotros para bajar por esa escalera a mear y no morir en el intento. El altillo tenía una mesa de centro rodeada de sillas y pisos, unos colchones viejos, libreros, una tele con un VHS y muchos cuadros esparcidos. Esa noche teníamos una nueva incorporación: un tubo de PVC que cruzaba el piso de arriba para llegar hasta un desagüe misterioso. Efectivamente, teníamos un nuevo urinal. Como avanza la ciencia, no digo yo.

Llegué y ya estaban todos los Bálticos; no diré sus nombres porque ellos saben quienes son. Dejé mi mochila y fuimos a comprar los bebestibles a la esquina. Nuestra minoría de edad no era drama y las amables viejujas nos abastecían sin problemas, porque perder casi 15 lucas era una aberración para una pyme pequeña como lo era esa botillería. Sacamos unos vasos plásticos y dimos inicio a la tomatera más brigida de mi vida, pero iremos por partes. 

Iniciamos con una ronda de tequila y Coca-Cola. El Charro Negro no era rival para nuestros hígados trabajados y lo tomamos casi al seco, ¿algo así como cuando los Maggios cantan para iniciar las reuniones en Los Simpsons? Bueno, ese fue nuestro aperitivo. Luego vino la chupística, y también la sentimos aburrida, más allá de las tallas que nacen y todo el rollo. La mejor anécdota de ese momento fue cuando hubo un corte de luz, un peruano gritaba: "Señor don Vicente" (dueño de la pensión) repetidamente mientras se acercaba a la caja con los switch eléctricos para tratar de restaurarla, fue ahí que se escuchó un grito desgarrador, comparable solo a que haya visto al diablo o que se haya dado una descarga de chorrocientos mil voltios, o una patada bien puesta en las hueas. Unos segundos después, volvió la electricidad. 

Uno ya había vomitado por la ventana y la noche parecía morir, hasta que apareció el Cuarto Rey. Nos pareció buena idea innovar y le dimos, con huevos y muchas ganas de borrarnos -como era la tónica de esas noches-, llenos de problemas juveniles, sufriendo por mujeres y cahuines.

Pasaba el tiempo y ese vaso al centro de la mesa se veía cada vez mas aterrador, un vasito whiskero albergaba tequila, pisco, ron y vodka. Nadie quería la carta maldita y ya íbamos en el tercer rey, faltaba el de corazones y a todos nos sudaba el potito de solo pensar en su pronta aparición, en un mazo cada vez más desnudo. 

Llega mi turno y con la cuea de esos años, me toca el cuarto y último rey. No me iban bien las mujeres, en fútbol no daba una, Carrillo me rajaba en matemáticas y Venegas en química. Recibía el hueveo constante de ser humanista y pa' peor me ofrecí de secretario del Centro de Alumnos. No era mi momento, para nada. Tragué saliva, cerré los ojos, levanté el vaso y para dentro. Un dato freak es que unos días después me contaron que metieron hasta jugo de mesa en ese vaso, un pañito con todo lo que cayó en la madera se estrujó para crear un elixir supremo, una ambrosía de dioses. Estuve unos cinco minutos terminando esa mierda para quedar en un estado de éxtasis, en el nirvana. Alguien propuso ir al Bella. Todos asentimos y nos pusimos en marcha. 

Me saque la chucha no sé cuantas veces, nos siguieron unos perros, unos chiquillos querían subir a su auto a un amigo nuestro seduciéndolo con un bocinazo y un coqueto: "EL DE CAMISAAAA", a la altura del Mapocho. Conocimos a unas chiquillas de dimensiones voluptuosas que buscaban unas amigas perdidas, vimos a un paco con metralleta, casi atropellan a uno de nosotros y fuimos escoltados hasta la casa por otra jauría. A eso de las cinco de la mañana ese néctar envenenado empezó a corroer mi cuerpo y me sentí mal, llegamos y el Riffo dijo que cocinaría algo. Hizo vienesas pero en vez de alimentar a su tropa, se las dio a la jauría que nos acompañó. Yo moría lentamente en un colchón, con la conciencia manchada y las extremidades dormidas, balbuceaba unas cosas al que tenía al lado con la culpa del curao' que se jotea una mina y no debe hacerlo. Eran algo así como las seis y media. Heroicamente vencí al alcohol y no devolví nada.

Desperté fermentando y con la luz del sol en la cara, me levante como pude y caminé hasta el metro. Iba destrozado y en el vagón una señora no paraba de mirarme con cara de: "Esta es la juventud actual, con caña en el metro a las 11 de la mañana". Ya en mi hogar prendí el computador y me metí a Facebook, tenía una solicitud de una niña que jamás había visto pero que me sonaba. Era una de las chiquillas de ayer, apagué todo luego de ver eso y me fui a dormir. Me saqué los pantalones y tenia heridas en toda la pierna, raspones, moretones y una costra salida. Filo, al sobre nomás.