martes, 11 de octubre de 2016

Cuento 1

Salí del metro acongojado, era como que me faltó algo adentro, no dejé de mirar a esa mina y ella no dejó de mirarme. Fue cuático como nos encontrábamos y sonreíamos, pasaban las estaciones y la sentía cada vez más cerca, magnetismo dentro del metal del vagón, foco a foco en el túnel. Cuando llegó mi estación y bajé compartiendo nuestra última mirada, me arrepentí. Me dí vuelta para volver y saludarla, pero el cierre de puertas golpeó mis ánimos y quedé plantado frente al vidrio, con ella mirándome y riendo.

Es curioso como a veces uno conoce gente sin hablar absolutamente nada, la complicidad de la presencia y el interés mutuo; basta devolver una sonrisa. Quizás pasamos tiempo con gente que conoceremos después y ni lo notaremos, no notaremos que ya nos vimos antes y compartimos un momento de conversación. Cada cual tiene su historia y dice mucho de ella en cómo se comporta durante un viaje en el transporte público, o como camina, o como es simplemente; y desde ya está compartiendo un espacio de su vida contigo. Es por eso que me gustan los silencios cuando hablo con alguien, el cuerpo se expresa y libera un montón de emociones, un abrazo aprieta más, un beso acelera más y una mirada quiebra más el alma. Puede sonar demasiado rebuscado pero a veces no hay como explicar lo que uno siente, eso inexplicable es lo fuerte de las emociones, solo llegan y producen; no hay mucho trayecto, es energía transformándose constantemente y explotando a través de uno.

Tanto así como que el destino logró que yo pagara mi pasaje al unísono que ella, bajara justo para tomar el mismo tren y el mismo vagón, a la misma hora del día, el mismo día; y precisamente quedáramos frente a frente para experimentar con nuestra energía en el otro. Tenía el pelo largo, hasta un poco más abajo de sus pechos, castaño, tez morena y sonrisa blanca. La nariz un tanto fina y marcando un hoyuelo a cada sonrisa. Era alta, que tal un metro setenta, más o menos. Se escondía y aparecía, se daba color pero me interesaba, quien sabe si yo también. Por dentro ella estaba deseando que yo diera el primer paso, rehuía de romper el cliché ''el hombre debe saludar primero'', se mostraba como tímida pero a esa altura qué importaban los miedos y las ataduras, estábamos en un piso ajeno al vagón, tomando nuestro propio viaje dentro del subsuelo santiaguino. Hasta que me bajé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario